Nos reunimos hoy, una vez más, para recordar. Este es un ejercicio imprescindible, porque vuelve a poner ante nuestros ojos -y ante los de la comunidad internacional, que conmemora este día instituído por las Naciones Unidas- un proceso de genocidio como no tiene parangón en la historia contemporánea.
Un genocidio que por su misma magnitud se convirtió en el punto de partida para que la comunidad internacional buscara las herramientas jurídicas, políticas y morales para evitar que actos de esa naturaleza volvieran a ocurrir. De ahí, de esa reacción, nació la Declaración Universal de los Derechos Humanos, para velar y rescatar siempre la dignidad del ser humano y sus inalienables derechos.
Si hubo antes en la historia de la humanidad abusos indecibles, asesinatos masivos y tentativas de genocidio, nunca antes se trató, como escribió el historiador Omer Bartov, de "la matanza industrial de millones de seres humanos en fábricas de muerte, decretada por un Estado moderno, organizada por una burocracia concienzuda y apoyada por una sociedad observante de la ley, patriótica, civilizada".
Esas son las características que tornan único el Holocausto, la voluntad de exterminio llevada a cabo de manera tan sistemática como organizada. Y por lo mismo, en los límites de degradación a que se sometía a los prisioneros y futuras víctimas, el testimonio de Robert Antelme, marido de la escritora Marguerite Duras y miembro de la Resistencia francesa que fue capturado y enviado al campo de concentración en 1944, es tan elocuente:
"Los héroes que conocemos, por la historia o por la literatura, tanto si han elevado su voz para hablar del amor, la soledad, la angustia del ser o del no-ser, la venganza, como si se han alzado contra la injusticia o contra la humillación, no se han visto nunca inducidos -creemos- a expresar como única y extrema reivindicación un sentimiento de pertenencia a la especie".
De ahí que, cuando recordamos el Holocausto, o la Shoah, como se le conoce entre la comunidad judía, hacemos no sólo el recuerdo de los muertos, sino también una afirmación rotunda e inequívoca sobre el valor de la vida humana y la dignidad de cada una de las personas que viven sobre la tierra. Todo ser humano tiene derecho a ser tratado como ser humano.
Quiero en este sentido, hacer un justo reconocimiento a la Senadora Soledad Alvear y a su marido Gutenberg Martínez por todo lo que han realizado en pos de la tolerancia y la antidiscriminación en nuestro país.
Asimismo, quiero destacar el trabajo del diplomático Jorge Schindler, el cual sin duda contribuye a esclarecer algunos episodios notables protagonizados por funcionarios del Servicio Exterior chileno.
Quiero también rendir un homenaje a la comunidad judía en Chile, muy bien representada en esta sala, por su gran aporte a la nación que está orgullosa de acogerlos. Estamos muy felices de recibirlos en esta Cancillería y de poder recordar juntos estos horrores, que no deben olvidarse nunca.
Tras el Holocausto, ciertamente, han ocurrido otros casos de violaciones masivas a los derechos humanos, en regiones como Latinoamérica, África y Los Balcanes, lo que nos muestra que la lección no ha sido totalmente asimilada. Pero trabajamos para eso, los Estados y las organizaciones multinacionales, las iglesias y los partidos, las personas y la sociedad civil. Y para reafirmar estas convicciones, recordamos. La historia no puede pasar en vano. Por eso estamos aquí.
Para Chile esto es muy importante. Queremos una sociedad plenamente desarrollada en todos los sentidos: en el económico, por cierto, pero también en lo social, en lo político y muy especialmente en lo ético. Por eso le damos a esta ceremonia la importancia y el valor que se merece, como recordatorio y como incentivo para promover un mundo más respetuoso y más humano.
Muchas gracias.