En un mundo donde un código malicioso puede, entre otros, afectar el suministro eléctrico o de agua potable de un país, la gobernanza del ciberespacio dejó de ser un asunto técnico y se volvió un eje central de la política exterior y seguridad de los países. Los ciberataques, el cibercrimen, la protección de datos, la inteligencia artificial avanzada, entre otros temas, han marcado la agenda internacional actual. Y en ese contexto, los Estados han emergido como el agente más importante y relevante (aunque no el único) cuando se trata de la discusión sobre gobernanza del ciberespacio.
La negociación y ratificación del Convenio de Budapest sobre ciberdelincuencia del Consejo de Europa fue el primer esfuerzo concreto de los Estados para generar un marco de gobernanza y cooperación internacional para enfrentar la amenaza creciente y transnacional de los delitos informáticos. A fines de los años 90s, se dio comienzo a la discusión sobre seguridad en las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) en el marco de la primera comisión de la asamblea general de las Naciones Unidas, la cual después de muchos años ha logrado en 2025 el establecimiento de un mecanismo global permanente para la discusión sobre el tema. Otras iniciativas y procesos internacionales, tanto formales como informales, han emergido en los últimos años, intentando generar un marco de colaboración efectiva entre los países, a veces incluyendo a otras partes interesadas.
Pero ese esfuerzo normativo temprano contrasta con un contexto global que ha derivado en un período de inestabilidad e incertidumbre. El antiguo orden liberal enfrenta hoy su mayor desgaste en décadas, erosionado por rivalidades geopolíticas, guerras, choques tecnológicos, desinformación y una fragmentación creciente de la gobernanza global. Los Estados buscan nuevas formas de proteger sus intereses en un entorno cada vez más incierto y competitivo. Y el ciberespacio no ha escapado a esa tendencia, absorbiendo las dinámicas del escenario global actual. De ahí que se hable de una “geopolitización” no sólo del ciberespacio, sino también de tecnologías emergentes y disruptivas. Hoy, quien controle los flujos de datos, las cadenas de semiconductores o el dominio sobre los modelos y capacidades de la inteligencia artificial, puede sacar ventajas estratégicas significativas que rompan el equilibrio geopolítico.
Ámbitos y temas como la inteligencia artificial avanzada, computación cuántica, el blockchain, sistemas de armas autónomos, cadenas de suministro de semiconductores, 5G y 6G, nanotecnología, entre otros, han ingresado rápidamente a las agendas de política exterior, y tienen un alcance e impacto estratégico global. Las cancillerías del siglo XXI necesitan entonces de funcionarios que comprendan cabalmente estas materias. Pero también se requiere que el resto de la administración del Estado comprenda el alcance de una política exterior en estos ámbitos, y del rol de su responsable último que es la Cancillería.
La ciberdiplomacia, entendida operativamente como una herramienta de política exterior para gestionar los desafíos, riesgos y oportunidades del ciberespacio y las tecnologías digitales, ha sido entonces un paso natural que refleja el rol de los Estados en el sistema internacional. Y aunque hace unos quince años el concepto era todavía sujeto de análisis y discusión, hoy es parte no sólo de la nomenclatura común que caracteriza la discusión en el ámbito digital, sino que una dimensión esencial para comprender y enfrentar de mejor manera los desafíos y amenazas en el ciberespacio.
Y es que las cancillerías y la diplomacia tienen un rol esencial que cumplir. En un escenario donde las amenazas en el ciberespacio trascienden fronteras, actores y jurisdicciones, las cancillerías y la diplomacia se vuelven esenciales para enfrentar estos desafíos. Los países no pueden enfrentar solos la amenaza de los ciberataques, el cibercrimen transnacional, desinformación o ataques a infraestructuras críticas. Se requiere cooperación internacional, acuerdos comunes y canales políticos estables para poder gestionar incidentes, construir confianza y fortalecer normas de comportamiento responsable.
La diplomacia es el espacio donde se pueden negociar reglas, articular alianzas e iniciativas, coordinar respuestas, y proyectar una voz común del Estado frente a actores globales públicos y privados. Sin cancillerías activas y preparadas, que sean capaces de integrar la dimensión técnica con la política exterior, el debate sobre ciberseguridad y su gobernanza internacional queda incompleto, reactivo y vulnerable.
Chile ha tenido un rol destacado en ese contexto internacional, y ha logrado transformarse en un líder a nivel regional. La incorporación de la dimensión internacional y del rol de la Cancillería en la Política Nacional de Ciberseguridad de 2017 fue clave para generar y consolidar una agenda internacional que pudiese alcanzar objetivos concretos, como por ejemplo la adhesión al Convenio de Budapest en 2017 o la Counter Ramsonware Initiative en 2025 (alianza liderada por los Estados Unidos). Chile fue además uno de los primeros países en la región en promover activamente la ciberdiplomacia,
incorporando el concepto a través de medidas de fomento de la confianza de la OEA en el año 2019. Y ha sido también pionero en considerar a la creación de capacidades como un elemento estratégico esencial en la discusión internacional sobre ciberseguridad.
Lo anterior ha sido posible gracias a los importantes avances nacionales en el ámbito legislativo, institucional, de políticas públicas y estratégicas. El consenso político a nivel doméstico ha permitido también que estos avances trasciendan las administraciones de gobierno, consolidando a Chile como un socio confiable y predecible frente a socios y actores internacionales relevantes. Ese es un capital político valioso que se debiera mantener, fortalecer y proyectar.
Cuando el escritor estadounidense-canadiense William Gibson acuñó el término ciberespacio en 1982 (popularizado después en su revolucionaria novela “Neuromancer”), no imaginó probablemente el trascendental impacto político, tecnológico, social y cultural, que tendría dicho concepto en la configuración del mundo en que vivimos. Gibson, junto a otros autores de su generación, fueron capaces sin embargo de imaginar en su ficción mundos en los cuales el ciberespacio se vuelve un campo de batalla donde corporaciones, hackers, inteligencias artificiales y gobiernos compiten por la información y el control. La ficción de hace cuarenta años es ya una realidad urgente. Y en esa realidad, el Ministerio de Relaciones Exteriores tiene un rol no sólo importante y necesario, sino que crucial cuando se trata de la defensa y seguridad del país.