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Orlando Letelier, embajador y ministro de Estado

Uno de los primeros nombramientos del presidente Salvador Allende fue el de su representante en Estados Unidos, una de las dos grandes potencias que se repartían el orden bipolar de la Guerra Fría. El impulsor de la vía chilena hacia el socialismo, que buscaba transformaciones profundas con respeto a las normas de la democracia y el Estado de Derecho —que también se conocía, con humor, como la revolución con empanadas y vino tinto—, necesitaba un embajador capaz, dialogante, analítico, con prestigio y prestancia, que hiciera valer los intereses de Chile ante el país más rico y poderoso de la época y su gobierno de tendencia conservadora.

El elegido fue Orlando Letelier del Solar, un abogado de 39 años para ese entonces, formado en el liceo Lastarria, el Instituto Nacional, la Escuela Militar y la Universidad de Chile, que había destacado tempranamente por sus estudios sobre los mercados del cobre. Tras su ingreso a militar en el Partido Socialista en 1959, fue expulsado de su trabajo en la Comisión del Cobre e ingresó al Banco Interamericano de Desarrollo en Washington de la mano de quien fuera su fundador y figura clave: el economista chileno Felipe Herrera. En el Banco destacó por su gestión a favor de programas de financiamiento para muchos países latinoamericanos; entre ellos, Brasil, Bolivia, Chile, Colombia, Uruguay y Venezuela, donde hizo amigos que le serían muy importantes en los próximos años.

Ese prestigio internacional, complementado por su conocimiento de Washington y sus centros de poder, su militancia socialista y su cercanía personal con Salvador Allende, motivaron su nombramiento como titular en una de las embajadas más importantes para Chile. El momento era crucial. Pocos meses después de su nombramiento, el gobierno de la Unidad Popular nacionalizó las minas de cobre por entonces en manos de empresas norteamericanas. La medida fue mal recibida en el gobierno estadounidense, que ya estaba involucrado secretamente desde la elección de Allende en una operación de acoso y derribo de su gobierno. El cobre había sido por décadas una de las grandes fuentes de financiamiento del Estado. El gobierno chileno entendía que el país necesitaba con urgencia de un doble impulso: uno, para superar la condición de país subdesarrollado; otro, para disminuir los enormes niveles de desigualdad que caracterizaron la antigua república. Para ello, contar con los recursos del cobre era fundamental.

Letelier fue un diplomático dedicado y muy bien informado, que dedicó grandes esfuerzos a explicar la posición de Chile a distintas audiencias. Incansable, recorrió Estados norteamericanos, el congreso, las universidades, centros de estudios, sindicatos y organizaciones sociales, exponiendo la necesidad de un cambio en la sociedad chilena. A las entrevistas y el trabajo propiamente diplomático, sumó el boletín quincenal News from Chile, con una circulación de 3.000 ejemplares, dirigido a personalidades del gobierno, el congreso, académicos, empresarios y analistas financieros, organizaciones internacionales y diversas personalidades chilenas, latinoamericanas y estadounidenses. Además, sus finos análisis de la política mundial, sobre la base de la abundante información obtenida en Washington —por ejemplo, sobre la situación en Vietnam, Laos y Camboya, el ingreso de China a las Naciones Unidas y los viajes de Richard Nixon a ese país y a la Unión Soviética— fueron muy importantes para el gobierno de la época. En sus notas de respuesta, el canciller Clodomiro Almeyda, además de agradecerle, solía agregar que serían repartidos a otras representaciones chilenas en el mundo.

Como es sabido, la situación política en Chile crecía en tensión y desafíos. Así las cosas, a Letelier le correspondió la ardua tarea de asumir, en mayo de 1973, el cargo de ministro de Relaciones Exteriores. El sucesor de Almeyda navegó en aguas turbulentas. Estuvo también a cargo de los ministerios del Interior y de Defensa, en donde se desempeñaba cuando ocurrió el golpe de Estado.

Una vez más vuelvo a recordar su trayectoria en esos años, que es indivisible con la traumática experiencia del golpe de Estado: fue el primer funcionario gubernamental en ser detenido. Estuvo ocho meses en la isla Dawson, luego de ser torturado en la Escuela Militar, donde había sido estudiante. La presión internacional logró su liberación. Desde su exilio, primero en Caracas y luego en Washington, no dudó en alzar la voz en contra de la dictadura chilena. En la capital de Estados Unidos continuó representando al Chile de la democracia y la libertad.

Recibió con indignación el decreto con que Pinochet pretendió privarlo de su nacionalidad chilena y lo repudió en un discurso inolvidable pronunciado en Nueva York en un Madison Square Garden repleto de jóvenes norteamericanos de las organizaciones de solidaridad con Chile. Pocos días más tarde, el 21 de septiembre de 1976, a los 43 años, fue asesinado por orden del dictador mediante una bomba que estalló en su automóvil.

Hoy hemos querido recordar al diplomático ejemplar, al servidor público que puso todo su talento y capacidad para representar cabalmente los intereses del Estado y del pueblo de Chile, como lo han hecho tantos diplomáticos a lo largo de la historia de la República. Que su ejemplo siga acompañándonos.