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Ciudad del Vaticano, 2 de mayo de 2011. 
Discurso del Sr. Ministro de Relaciones Exteriores de Chile en la ceremonia de homenaje al Papa Juan Pablo II
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EMINENTÍSIMOS SEÑORES CARDENALES

EXCELENTÍSIMO MONSEÑOR SECRETARIO PARA LAS RELACIONES CON LOS ESTADOS

SEÑOR PRESIDENTE DE LA DELEGACIÓN DE LA REPÚBLICA ARGENTINA

EXCELENTÍSIMO MONSEÑOR CANCILLER DE LAS PONTIFICIAS ACADEMIAS DE LAS CIENCIAS Y DE LAS CIENCIAS SOCIALES

SEÑORES EMBAJADORES

EXCELENTÍSIMOS SEÑORES OBISPOS

ESTIMADOS MONSEÑORES

SEÑORES MIEMBROS DE LAS DELEGACIONES DE ARGENTINA Y CHILE

 

Aún conmovidos y cautivados por la hermosa ceremonia de beatificación del Papa Juan Pablo II realizada ayer, en representación de S.E. el Presidente de la República, Sr. Sebastián Piñera, y acompañado por el Presidente de la Cámara de Diputados y el Vicepresidente del Senado de mi país, concurrimos junto a la Delegación argentina, y con la participación de la Secretaría de Estado, a rendirle un homenaje especial por su gran obra mediadora, que permitió solucionar pacíficamente una disputa que nos tuvo muy cerca de la confrontación.


La Providencia ha querido que lo hagamos justamente un día dos de mayo, cuando se cumple el vigésimo sexto aniversario de la ceremonia en la cual, ante su Santidad, ambos gobiernos intercambiaron los instrumentos de ratificación del Tratado de Paz y Amistad de 1984. En la Sala del Consistorio, el Papa quiso sellar con su firma el Acta suscrita por los respectivos ministros de Relaciones Exteriores y así respaldar el compromiso asumido por sus pueblos de perseverar en el fortalecimiento de la paz.


Previamente, bajo su guía, en esta misma Casina Pío IV, su representante, el Cardenal Antonio Samoré, de venerada memoria, con paciencia y perseverancia, había ido labrando un entendimiento que para muchos parecía imposible. Por casi siete años, el Santo Padre mantuvo permanente preocupación por lo que ocurría y su gozo fue enorme cuando vio que sus esfuerzos habían dado uno de los frutos más preciados de su trascendental pontificado: la paz.


El 16 de octubre de 1978, el Cardenal Karol Wojtyla había sido elegido por el Sacro Colegio Cardenalicio sucesor de Pedro, adoptando el nombre de Juan Pablo II. Tan apremiante era la situación que vivíamos en el extremo austral del continente americano, que sólo días después, el 30 de octubre, recibió en audiencia al Canciller chileno. Tras enterarse de lo que ocurría, a partir de ese momento, nunca dejaría de seguir con dedicación el curso de los acontecimientos. Sentía la obligación de que se siguiera cumpliendo ese compromiso enunciado por el Obispo de San Carlos, Monseñor Ramón Ángel Jara, en 1904, cuando se inauguró el monumento al Cristo Redentor: "Se desplomarán primero estas montañas, antes que argentinos y chilenos rompan la paz jurada a los pies del Cristo Redentor".


Hay que recordar los difíciles momentos que vivía el mundo en esa época para comprender el enorme significado que le atribuyó el Santo Padre a esta angustiante encrucijada en que se encontraban estos pueblos. Fue una ejemplar demostración de su consecuencia con la cruzada por la paz, que marcó su gestión como conductor de la Iglesia Católica. La confrontación bipolar este-oeste, que amenazaba al mundo con el holocausto nuclear, no fue excusa para desatender una diferencia puntual entre dos pueblos alejados de las mayores inquietudes internacionales, ni por cierto, las obligaciones que le demandaban sus nuevas y delicadas funciones apostólicas.


El Sumo Pontífice, al que hoy veneramos, fue un líder mundial que como ningún otro apostó por la paz, sin importar los costos que le significaba tanto a la Iglesia como para él, su cabeza conductora. En este caso que recordamos, bien pudo limitarse a escuchar el problema, hacer gestiones para que los poderes políticos intervinieran, llamar a las Partes a encontrar un entendimiento y elevar una oración para que el Señor iluminara a sus gobernantes y sus pueblos. En un primer momento, así lo hizo, pero cuando advirtió que su palabra era estéril y las potencias mundiales se resistían a actuar, no vaciló en pedirle a ambos gobiernos que recibieran a un Enviado Especial para que se impusiera de la situación y los ayudara a buscar un arreglo. Después de una agotadora gestión en ambos países, su representante logró que las partes apaciguaran los ánimos y solicitaran la mediación de la Sede Apostólica, paralizando el inminente enfrentamiento. Nuevamente pudo detener allí su acción y dejar que tan delicada función la cumpliera cualquier gobierno. Sin embargo, aceptó la solicitud mediadora y encomendó al mismo Cardenal Antonio Samoré que asumiera esa delicada tarea como su representante, a quien acompañó su infatigable colaborador, Monseñor Faustino Sainz Muñoz y, más tarde, también Monseñor Gabriel Montalvo.


La mediación fue un largo proceso lleno de vicisitudes donde, por momentos, todo parecía volver a los aciagos días de diciembre de 1978. Tan difícil fue la tarea del Sumo Pontífice que tuvo fundadas y comprensibles razones para abandonar su función e invitar a las Partes a recurrir a otros medios de solución pacífica. Sin embargo, nunca desfalleció y, por el contrario, frente a cada dificultad persistió en terminar en forma exitosa el compromiso asumido. Es que comprendió de tal manera la complejidad del problema, que sabía las consecuencias que tendría su alejamiento.


En medio de su agitado quehacer apostólico el Papa fue informado de manera permanente acerca de lo que sucedía. En determinadas ocasiones recibió a los representantes de ambas naciones para escuchar directamente sus posiciones y demandas. El 13 de mayo de 1981 sufrió un atentado contra su vida que estremeció al mundo. Según confesó el Cardenal Samoré, tan pronto abandonó la clínica Gemelli, le preguntó por el curso de la mediación.


Un 18 de octubre de 1984, dos días después que se cumpliera el sexto aniversario de su pontificado, en esta Casina Pío IV, el Secretario de Estado, Cardenal Agostino Casaroli, quien asumió la función después que falleciera el Cardenal Samoré, entregó a los representantes de Chile y Argentina el Acuerdo sobre el Tratado de Paz y Amistad, que luego sería firmado por los ministros de RR.EE. y el Cardenal Casaroli, el 29 de noviembre en la Sala Reggia del Vaticano, el que con posterioridad sería sancionado como ley en ambos países.


Juan Pablo Segundo siempre sostuvo que el respeto a los tratados era uno de los sustentos de la paz. Por eso y como testimonio de su trascendencia, aceptó que la Santa Sede fuera garante moral del suscrito.


Concluida su obra mediadora, nos visitó en abril de 1987. Recibió en su recorrido por el país el testimonio de un pueblo que le expresó, con inmensa alegría y unción, su gratitud. El paso por Chile del Papa Peregrino de la Paz dejó una huella imborrable en el país, que vivía difíciles momentos. Aún retumban en nuestros oídos sus expresiones notables como "¡El amor es más fuerte!", "¡Los pobres no pueden esperar!"; o, cuando conminó a los jóvenes en el Estadio Nacional: "¡No tengáis miedo, miradlo a Él. Mirad al Señor!".


La obra del pontificado del hoy Beato Juan Pablo II es gigantesca. Para chilenos y argentinos su intervención fue vista como milagrosa, porque cuando todo indicaba que se desataría una tormenta, calmó las aguas. Luego nos guió con sabiduría, paciencia, prudencia y esa fuerza interior que nacía de sus profundas convicciones. Conservaremos por siempre nuestra gratitud, porque no sólo nos ayudó a solucionar por la vía pacífica nuestras diferencias, sino que sentó las bases para que la paz se fuera construyendo día a día. El Tratado que nos ofreció nos tiene, aún sin darnos cuenta, viviéndolo a diario, porque sus disposiciones no sólo zanjaron los complejos problemas que nos separaban, sino que también establecieron los instrumentos para que fortaleciéramos nuestra relación. Por esas aguas australes que ayer fueron motivo de serias disputas, hoy navegan los buques de ambas naciones en plena armonía, conforme a las disposiciones allí convenidas; y las controversias que se han presentado han encontrado en él mismo, métodos de solución.


El Papa triunfó donde muchos fracasan, porque las obras inspiradas en el amor y la fe tienen buen resultado. Él amó la misión que se impuso y cuando logró irradiarlo en ambos pueblos, logró que se aceptara su Tratado de Paz y Amistad.


Es por eso que con inmensa alegría en nombre de todos los chilenos le expreso una renovada gratitud. El mejor tributo que podemos rendir a su memoria es que la paz reine en nuestros pueblos, ahora y siempre. Muchas gracias.

 


Ciudad del Vaticano, 2 de mayo de 2011.

 

 

PARTICIPANTES EN LA CEREMONIA DE LA CASINA DE PIO IV

 

Delegación de Chile

  • Ministro de RR.EE., Sr. Alfredo Moreno
  • Diputado Patricio Melero, Presidente de la Cámara de Diputados
  • Senador Juan Pablo Letelier, Vicepresidente del Senado
  • Embajador de Chile ante la Santa Sede, Sr. Fernando Zegers
  • Señor Ernesto Videla, Asesor del Ministro de RR.EE.
  • Señora Mónica Cerda de Videla
  • Señor Roberto Valdés, Dirección de Prensa de la Cancillería

 

 

Delegación de Argentina

  • Ministro de RR.EE., Comercio Internacional y Culto, Sr. Héctor Timerman
  • Presidente Provisional de la Cámara de Senadores. Dr. José Juan Bautista Pampuro
  • Presidente de la Cámara de Diputados. Dr. Eduardo Alfredo Fellner
  • Presidente de la Corte Suprema de Justicia, Dr. Ricardo Lorenzetti
  • Embajador de Argentina ante la Santa Sede, Sr. Juan Pablo Cafiero
  • Ministro de la Corte Suprema de Justicia, Dr. Juan Carlos Maqueda
  • Senadora Blanca Inés Osuna
  • Senador Juan Agustín Pérez Alsina
  • Diputado Federico Pinedo
  • Diputada Rosana Andrea Bertone
  • Secretario de Culto, Embajador Guillermo Oliveri
  • Secretario Gremial de la CGT, Sr. Omar Viviani
  • Presidente de la Unión Industrial Argentina, Sr. José Ignacio Mendiguren

 


Santa Sede

  • Cardenal Angelo Sodano, Decano del Colegio Cardenalicio
  • Cardenal Jorge Medina, Prefecto Emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
  • Cardenal Francisco Javier Errázuriz, Arzobispo Emérito de Santiago
  • Cardenal Estanislao Esteban Karlic, Arzobispo Emérito de Paraná
  • Cardenal Leonardo Sandri, Prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales
  • Monseñor Fortunatus Nwachukwu, Jefe de Protocolo de la Secretaría de Estado
  • Monseñor Guillermo Karcher, Subjefe de Protocolo de la Secretaría de Estado
  • Monseñor Giuseppe Laterza, Escritorio Chile Secretaría de Estado
  • Monseñor Fernando Chica, Secretaría de Estado
  • Monseñor Gustavo Crespo, Secretaría de Estado
  • Invitados Especiales
  • Monseñor Guillermo Vera, Obispo de Calama
  • Monseñor Juan Barros, Obispo Castrense
  • Embajador de Chile en Italia, Sr. Oscar Godoy
  • Embajador de Argentina en Italia, Sr. Torcuato di Tella
  • Embajador Mariano Fontecilla, Gentilhombre de Su Santidad