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Viernes 30 de abril de 2010  
En el Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de Chile:
Intervención del Subsecretario de Relaciones Exteriores, Fernando Schmidt
Subsecretario Schmidt pronunció clase magistral sobre rol de los diplomáticos del futuro
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Diplomáticos del Futuro

 

Les agradezco la invitación a participar en esta ceremonia, que recibe a una nueva generación de estudiantes del Magíster en Estudios Internacionales de la Universidad de Chile.

 

La institución que los acoge, el Instituto de Estudios Internacionales, tiene ya más de cuarenta años, y a lo largo de estos ha aportado enormemente al ministerio de Relaciones Exteriores en diversos temas, como los referidos a fronteras y límites, a la discusión internacional y los acuerdos sobre preservación y cuidado del medio ambiente, a la soberanía marítima, y muchos otros más. De ello estamos profundamente agradecidos y esperamos que nuestra colaboración siga siendo igual de fructífera en los temas que nos demanda el presente.

 

Pero recordemos, por un momento, el contexto en que nació la institución que hoy nos recibe.

 

Era el año 1967, en plena efervescencia de tendencias que buscaban producir cambios profundos en un mundo que se percibía injusto y dividido. En una década dominada por la pesada amenaza de una conflagración atómica. En pleno auge y desarrollo de la Guerra Fría, ese enfrentamiento entre grandes potencias, con miradas excluyentes, que forzaban a alinearse con uno o con otro, que por esta misma razón vio nacer el movimiento de los "no alineados".

 

Era un mundo en el que viajar era un privilegio restringido a muy pocos. Un mundo en que la internet recién daba sus primeros pasos y nadie era capaz de percibir, en aquel tiempo, cuánto y con qué profundidad cambiaría la manera de relacionarnos. Era un mundo donde se daban pasos hacia una integración regional que eran frecuentemente vistos con recelo, como avanzadas ideológicas de otros intereses o limitaciones de la soberanía. Un mundo marcado más por las alianzas militares que por las coincidencias políticas. Un mundo donde muchos países, especialmente en África, recién iniciaban su vida como repúblicas independientes. Un mundo en donde, ya que el enfrentamiento directo podía tener resultados demasiado devastadores, se dejaba que la tensión emergiera en conflictos localizados, en el sur de Asia o en el corazón de África, o de baja intensidad en otras latitudes.

 

Un mundo que, desde Chile, vivíamos precisamente en esa tensión dicotómica que atravesaba no sólo la política, sino también a la institución universitaria, a la Iglesia Católica, a los ámbitos urbanos y rurales, polarizando nuestra sociedad.

 

Un mundo en ebullición. Un mundo al que podíamos comparar con un caldero hirviente o con un tren lanzado a toda velocidad, a pesar del riesgo de inminente descarrilamiento. Un mundo, en fin, donde, en mayor o menor medida, todos nos sentíamos amenazados, y donde la búsqueda de la paz mundial parecía una cuestión quijotesca o una mascarada para el afán de dominio.

 

Todos conocemos, más o menos, qué rumbo siguió la historia en las décadas siguientes, que nos han dejado en una situación tan radicalmente distinta que cuesta, de verdad, mirar hacia atrás y establecer comparaciones que tengan sentido.

 

¿Cuántas veces, durante su período, viajaba fuera del país el Presidente de Chile en esos años? ¿Era necesaria realmente la diplomacia presencial que ejercitan hoy los primeros mandatarios? ¿Cuántas reuniones internacionales, que requirieran la presencia del Jefe de Estado, se realizaban anualmente? ¿Cómo nos comunicábamos entre el país y sus misiones en el extranjero? ¿Cuál era la periodicidad y el volumen de la valija diplomática? ¿Cuál era la participación nacional en los temas de la agenda internacional?

Interroguémonos sobre otros tópicos, muy importantes. ¿Cuántos productos chilenos eran exportados, en qué volumen, a cuántos países? ¿Cuántos productos extranjeros llegaban al país, y a qué precio? ¿Cuál era nuestro desarrollo portuario y aeroportuario?

 

Pueden parecer preguntas anecdóticas, sobre todo las del primer grupo, y muy evidentes las del segundo. Pero ahí tenemos, sin duda, pistas concretas y tangibles sobre cuánto ha cambiado la manera de relacionarnos, sin necesidad de acudir a los ejemplos más evidentes en el campo de la política mundial.

 

Miremos a nuestro alrededor. Y hagámoslo desde un país con una población en torno a 16 millones de habitantes, situado además en el extremo meridional del continente que más se adentra hacia el sur. Un país al que la lógica no vacilará en calificar de marginal en todos los sentidos posibles: marginal en la geografía del poder, en el tamaño del mercado, en el peso político.

 

Y, sin embargo, este país marginal tiene hoy una red de acuerdos de libre comercio que extienden su mercado desde 16 millones de habitantes a un potencial de cuatro mil millones de consumidores en todas las regiones del mundo.

 

Este país marginal tiene un enorme desarrollo portuario y aeroportuario, que le permiten enviar al mundo miles de millones de dólares anuales no sólo en sus tradicionales productos de exportación, el cobre, el molibdeno y otros minerales, sino también frutas, verduras, salmones, vinos; y, hacia mercados como el latinoamericano, manufacturas que compiten con éxito y colaboran al desarrollo industrial de Chile.

 

Un país marginal cuyos productos están en supermercados de Londres, Tokyo o Buenos Aires, donde el argumento de venta es que se trata, por ejemplo, de uvas o de manzanas chilenas. Un país cuyos vinos compiten con los franceses, los españoles, los californianos o los australianos en los ránkings de los mejores de cada año.

 

Un país marginal que, sin embargo, tiene hoy un gran peso en la política regional, con fuerte presencia en el Grupo de Río y en otros mecanismos de diálogo o integración; que participa en operaciones de paz de las Naciones Unidas; que tiene a uno de los suyos en la Secretaría General de la OEA y a otro a cargo de la OIT; que fue uno de los artífices del P-4, una de las iniciativas de integración más dinámicas y promisorias en la cuenca del Pacífico; un país que con su iniciativa sobre la soberanía marítima en las 200 millas generó un cambio enorme en la relación entre los países y sus costas; que acaba de afinar su ingreso a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico; que tiene una alianza política y estratégica con la Unión Europea y un amplio acuerdo comercial, de intercambio y de cooperación con Estados Unidos. Es decir, un país que participa activamente en la agenda global, que es consultado y oído.

 

Todo ello producto de una estrategia planificada que hemos llevado a cabo con perseverancia. Su mejor ejemplo fue el ingreso de nuestro país al APEC.

 

Así es. El mundo ha cambiado vertiginosamente, y nosotros hemos cambiado con él. Falta saber si hemos mantenido el paso, o si nos hemos adelantado, o si nos quedamos irremisiblemente atrás.

 

Como suele ocurrir, no hay una sola respuesta. En algunas áreas, efectivamente, estamos o estuvimos por delante; por ejemplo, cuando iniciamos la rebaja unilateral de aranceles para abrir al mundo nuestra economía. En muchas estamos al día o al menos estamos bien encaminados, como en la incorporación masiva de las nuevas tecnologías de la información; en otras, como el nivel de educación o el manejo de idiomas extranjeros, estamos más atrás de lo que el país necesita.

 

Pero todo ello es sujeto de evaluación y discusión. Si algo caracteriza al tiempo contemporáneo es el dinamismo y la velocidad. Y si algo nos demandan los tiempos a los diplomáticos, es dinamismo, velocidad y flexibilidad.

 

Nuestras prioridades: los tres pilares

 

En este marco de cambios veloces e intercomunicación global, no hay que perder de vista que lo primero siempre será lo primero. En ese sentido, la diplomacia del siglo XXI demanda lo mismo que la del tiempo pasado: la defensa de los intereses permanentes de Chile.

 

Esta es la base que articula nuestra acción. Toda política exterior debe ser coherente y expresar, en primer lugar, la promoción y defensa de los intereses permanentes de la nación, y por tanto, fundarse en principios compartidos por todos y con la participación activa de los tres poderes del Estado.

 

En segundo lugar, la política exterior del gobierno del Presidente Piñera se rige por los principios del Derecho Internacional. En un mundo sometido a tan rápidos cambios, tal como lo caracterizara someramente, es aún más importante ceñirse al marco que proveen los principios aceptados por la comunidad internacional: el pleno respeto por la integridad de la persona; la intangibilidad de los tratados; la solución pacífica de las controversias; la no intervención en los asuntos internos de los Estados; el respeto al principio de la igualdad entre los Estados y el respeto a la libre determinación de los pueblos.

 

Para nuestro país, este aspecto de la política exterior tiene una especial relevancia por la controversia que sostenemos con el Perú. En este marco, en el respeto al Derecho Internacional, nos encontramos ante el Tribunal de La Haya para buscar una solución pacífica que reconozca nuestros derechos, respecto del planteamiento formulado por Perú en relación con el límite marítimo con ese país.

 

El equipo chileno ha sido confirmado para continuar la defensa de nuestro derecho, lo que prueba, si aún fuera necesario, la continuidad de las políticas que afectan nuestros intereses permanentes. Y recalco que el respeto al Derecho Internacional pasa, ciertamente, por mantener la certeza jurídica de la inviolabilidad de los tratados.

 

Es preciso recalcar que el tercer gran pilar de nuestra política exterior es la proyección de Chile en el Océano Pacífico y la defensa de nuestros intereses antárticos.

 

Chile tiene una de las costas más largas del mundo. Nuestro país fue uno de los grandes impulsores del establecimiento de las 200 millas marítimas de soberanía. Nuestra proyección hacia el Pacífico siempre ha sido importante, pero en las actuales condiciones de liberalización comercial y acortamiento de las distancias gracias a las nuevas tecnologías y medios de transporte, es vital para nuestro futuro.

 

Nuestras prioridades: las acentuaciones

 

Y sobre estos tres grandes pilares, podemos entonces marcar nuestras acentuaciones y prioridades, que tienen que ver centralmente con el papel que asignamos a la diplomacia profesional en estos tiempos.

 

América Latina

 

Hemos dicho que América Latina es una clara prioridad para nuestra política exterior en este período. Se trata, desde luego, de potenciar nuestra pertenencia a un espacio marcado por la geografía, la historia y la cultura común. Aquí queremos generar acuerdos estratégicos y lograr una mayor integración, que consideramos fundamental para dar mayor solidez al crecimiento económico, al mantenimiento de la paz y al desarrollo social de nuestros países, siempre en el marco del total respeto a los acuerdos internacionales.

 

En las semanas recién pasadas, el Presidente Piñera viajó a Argentina y Brasil, dos de los grandes actores de la política latinoamericana. El objetivo fue revisar y poner al día los múltiples programas de intercambio y cooperación; pero además incluyó un tema ineludible, que también marcará nuestra política exterior: el terremoto que nos afectó a fines del mes de febrero. El Presidente agradeció la impresionante solidaridad de los gobiernos y pueblos de ambos países, e invitó a las empresas locales a sumarse al gran esfuerzo de la reconstrucción del país.

 

La tarea central, para estos años, es avanzar hacia una creciente integración regional basada en la democracia, los derechos humanos y el libre comercio, dentro de un modelo de regionalismo abierto y de pleno respeto por las soberanías nacionales.

 

Para trabajar mejor en esta línea creamos la Dirección de Política Vecinal, dependiente de la Dirección General de Política Exterior. Esta nueva estructura tiene como objetivo ordenar mejor el trabajo de la Cancillería con los países vecinos y potenciar la rica agenda de integración, cooperación y trabajo conjunto que ya está en marcha, y que requiere de nuevos esfuerzos y precisiones para que dé los frutos que esperamos.

 

Estados Unidos, Unión Europea, Asia Pacífico

 

Otra gran acentuación de la política exterior del gobierno del Presidente Piñera tiene que ver con nuestra relación con Estados Unidos, con la Unión Europea y con el Asia Pacífico.

 

Son los grandes polos de desarrollo mundial. Si bien en los últimos años es Asia, y particularmente China, la gran impulsora del crecimiento económico en el mundo, Estados Unidos y la Unión Europea continúan siendo no sólo potencias planetarias, sino también regiones privilegiadas en términos de nuestras relaciones políticas y de nuestros intercambios económicos.

 

El Presidente Piñera ha sido enfático en declarar que las tareas no terminan cuando se suscribe un tratado, sino que recién comienzan. Tanto con Estados Unidos como con la Unión Europea, tenemos acuerdos muy amplios, que cubren infinidad de materias, y que abren insospechados cauces para estrechar nuestras relaciones. Creemos que aquí hay una enorme tarea pendiente, porque estamos muy lejos de explotar todo su potencial.

 

Con Estados Unidos, el Presidente Piñera, en su visita con motivo de la realización de la Cumbre de Seguridad Nuclear, analizó también, al igual que con Argentina y Brasil, las posibilidades de cooperación y de participación en la gran tarea de reconstruir nuestro país. Pero la agenda es mucho más rica y compleja. Vemos, para los próximos años, muchas posibilidades de crecer en áreas como energía, educación, ampliación del comercio y las inversiones, seguridad regional y programas de cooperación conjunta para América Latina.

 

Con la Unión Europea, sabemos que tenemos mucho que aprender en todo lo referente a integración, cooperación y nuevas prácticas. Queremos darle un mayor realce al diálogo político, orientado hacia la profundización de la democracia y la cohesión social en nuestra región.

 

Entre los muchos encuentros con líderes mundiales que sostuvo el Presidente Piñera en su visita a Estados Unidos, destacan los que tuvo con el Presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, y con la Primera Ministra de Alemania, Angela Merkel, en los que revisaron tanto las tareas dictadas por la urgencia de responder a la catástrofe como la agenda más permanente en nuestra relación. El Presidente participará en mayo en la Cumbre América Latina - El Caribe, en cuyo marco se realizará también una Cumbre Bilateral Chile - Unión Europea. En ella, junto con priorizar los temas de la reconstrucción nacional, buscaremos fortalecer la cooperación en áreas como tecnologías de la información y energías nuevas y renovables, así como la ampliación de nuestro acuerdo comercial.

 

El tercer punto de inflexión en este ámbito es nuestra relación con el Asia Pacífico, región que ya concentra el 40 por ciento de nuestro comercio exterior. Ya mencioné algunos de nuestros puntos de comunicación y cooperación con la región, como el Apec y el P-4, a los que hay que agregar el Arco del Pacífico. En estos momentos visita esa zona el Canciller Alfredo Moreno, con una agenda que, nuevamente, contempla las tareas de reconstrucción con la proyección permanente hacia la Cuenca del Pacífico, que con rapidez se alza como el espacio privilegiado y preferente para la circulación de bienes y servicios, el intercambio cultural y el diálogo político. El ministro Moreno inaugurará el Pabellón de Chile en la Expo Shanghai, que ya concentra la atención de miles de visitantes que quieren saber más de este país situado en la otra ribera de la cuenca.

 

En términos concretos, aspiramos, en estos cuatro años, a concluir nuevos acuerdos con Malasia y Vietnam; a profundizar el acuerdo comercial con India, el otro gran mercado en expansión en esa región; y a ampliar el P-4, que ha despertado un gran interés tanto en Asia como en América.

 

Apertura comercial y pequeñas y medianas empresas

 

Las grandes rezagadas en la incorporación de Chile a la economía mundial son las pequeñas y medianas empresas, que además son las grandes generadoras de empleo en el país. La razón es obvia: las grandes empresas tienen una capacidad instalada en recursos humanos y experiencia en gestión que les permite detectar las oportunidades comerciales y aprovecharlas en plazos breves.

 

En cambio, para muchas pequeñas y medianas empresas, la globalización y la apertura de los mercados suelen aparecer más como amenazas que como oportunidades, por la competencia que se les genera.

 

Para el gobierno del Presidente Piñera, es una prioridad avanzar de manera sustantiva en su incorporación a los mercados mundiales. Promoveremos, en este sentido, una mayor coordinación entre los sectores público y privado, y estudiaremos a fondo todas las posibilidades que nos brindan los acuerdos comerciales vigentes, tanto para aprovecharlas de mejor manera como para protegernos de eventuales restricciones encubiertas al libre comercio.

 

Y también prestaremos especial atención a la liberalización del comercio de servicios, una actividad exportadora de perfil propio y que requiere de orientaciones estratégicas que se adapten a sus características.

 

Tenemos el objetivo de crear la Subsecretaría de Comercio Internacional que sucederá a la actual Dirección General de Relaciones Económicas, de la cual depende también ProChile. Este cambio muestra con claridad la relevancia que ha adquirido el comercio internacional en las décadas recién pasadas.

 

Modernización del Ministerio de Relaciones Exteriores

 

El Presidente Piñera ha señalado que las relaciones internacionales de Chile deben estar caracterizadas por el sentido de excelencia, de profesionalismo y de urgencia. La afirmación se sustenta plenamente, no sólo por las características del tiempo en que le ha correspondido asumir la Presidencia de la República, sino también por razones internas que atañen a la estructura del Ministerio de Relaciones Exteriores, a nuestro juicio, demasiado encerrado en sí mismo.

 

Sin perjuicio de todo lo bueno que hemos hecho, no sólo en las últimas décadas, sino a lo largo de toda la historia de esta institución, creemos que ha llegado la hora de un gran aggiornamiento, de una puesta al día que realmente actualice estilos y maneras de trabajar, que convierta a la Cancillería en una institución acorde con las necesidades de los tiempos.

 

Creemos que el cambio comienza por incentivar y reconocer a los cuadros profesionales en la gestión diplomática. Hoy, nuestros embajadores, en su mayoría, han hecho carrera en el servicio exterior, y tenemos el más bajo número de nombramientos políticos de las últimas décadas.

 

Paralelamente a este esfuerzo por valorar la carrera diplomática, facilitando el acceso a su más alto nivel, creemos que hay que trabajar sustantivamente en la incorporación de nuevas destrezas en el oficio.

 

Hoy, la tarea diplomática no puede limitarse a llevar adelante sólo los grandes temas bilaterales y multilaterales. Un diplomático debe ser un gestor de ideas y un cazador de oportunidades que permitan hacernos crecer, capaz de relacionar las distintas políticas públicas con el ejercicio de la representación del país.

 

¿Cuánto podemos aprender de otras experiencias en áreas como educación, cuidado del medio ambiente, producción limpia, estímulo a la cultura, buenas prácticas gubernamentales? Son ejemplos de las cuestiones que un diplomático moderno tiene que ser capaz de advertir y responder.

 

Hoy está la posibilidad de que un diplomático salga del servicio exterior, por un período limitado y sin goce de sueldo, para desarrollarse profesionalmente en una empresa privada, en una institución cultural o en el trabajo académico. ¿Por qué no valoramos mejor ese esfuerzo, mediante un reconocimiento acorde con la carrera diplomática, para que muchos más de los nuestros conozcan otros ámbitos de desarrollo laboral y enriquezcan nuestra perspectiva?

 

El país se ha abierto. Nuestra economía se ha abierto. Las redes comunicacionales y la internet nos permiten un acceso inmediato a las estaciones televisivas, los diarios, las revistas y la producción cultural de una enorme cantidad de países. La participación ciudadana ha ganado en autonomía y capacidad de fiscalización gracias a tantas nuevas herramientas disponibles.

 

Frente a ello, necesitamos también un ministerio abierto, que deje atrás su vocación de secretismo, con una estructura más ágil y más flexible, que incorpore metas evaluables, incentivos adecuados, y que abra espacios para que en todo momento de la carrera diplomática se pueda asumir nuevas responsabilidades.

 

El mundo se ha hecho más diverso. El país se ha hecho más diverso. Nuestro ministerio tiene que ser capaz de acoger y proclamar esa diversidad, tiene que ser capaz de sostener un diálogo con la sociedad civil más abierto, más rico y más fecundo.

 

El lunes pasado me reuní con rectores de universidades chilenas, entre los que estaba el rector de la Universidad de Chile, que hoy nos acoge, para explorar posibilidades de cooperación entre la cancillería y las distintas casas de estudios superiores. Queremos difundir la oferta académica de nuestras universidades en la región y en otros lugares. El país crece no sólo cuando nuestros estudiantes salen afuera, sino también cuando somos capaces de atraer a los mejores estudiantes de la región, que aporten miradas y puntos de vista distintos.

 

Lo recuerdo porque estoy ante una instancia académica que trabaja sobre política internacional. Quiero invitarlos a pensar otras maneras de potenciar el trabajo de la cancillería.

 

Insisto: en un mundo que segundo a segundo gana en complejidad y velocidad, necesitamos una puesta al día en la que participemos todos, universidades, organismos gubernamentales, centros privados, empresas privadas.

 

Pongamos nuestra creatividad y nuestros conocimientos al servicio del país y trabajemos juntos en la tarea de definir a los diplomáticos del futuro. Los invito a que este Instituto de Estudios Internacionales pueda brindarnos, ojalá pronto, los resultados de la reflexión que lleven a cabo en este tema. Es muy importante para nosotros recibir una mirada desde la academia sobre la diplomacia en el tiempo presente y futuro.

 

Desde ya, muchas gracias.